Según Bessel van der Kolk el trauma se define como "una experiencia que sobrepasa tu capacidad de lidiar con ella. Te sientes superado, desamparado y confuso". El Dr. Van der Kolk, en su infinita generosidad, nos deja esta definición, como podríamos dar cualquier otra, sin embargo, es precisamente en esta que se enraíza también nuestra forma de ver la cuestión a la hora de someterla a reflexión.

En aras de entender el problema de la adicción Gabor Matè nos lleva a indagar en los beneficios que el consumo traía a la persona: "(la adicción) me alivia el dolor, me hace escapar del estrés, me da un sentido de conexión, un sentido de control, un significado, me hace sentir vivo, me estimula, me da vitalidad..." - es decir, si seguimos su recomendación, nos podemos dar cuenta de que la adicción surge en un cuadro de necesidad de autorregulación, cumpliendo entonces una necesidad humana esencial – ¿y de no ser así por qué se habrían de convertir los consumos en el eje existencial de la persona? – La respuesta más habitual a esta pregunta es la química, pero esta también levanta otras dudas: ¿si todas las personas compartimos los mismos sistemas y estructuras neuroquímicas por qué no todas desarrollan una adicción cuando entran en contacto con sustancias dichas adictivas? ¿la funcionalidad/disfuncionalidad de esas estructuras son la causa o una consecuencia? ¿de qué forma pueden predecir que una determinada persona vaya a mantener una relación desajustada con una determinada sustancia? – la forma reductora y nada conclusiva con que la perspectiva bioquímica impregna la visión sobre las adicciones y las personas que la padecen, nos empuja a adoptar una perspectiva humana y humanista sobre todo lo que puede abarcar cuando hablamos del sufrimiento humano y la forma como lidiamos con ello.
"Nos podemos dar cuenta de que la adicción surge en un cuadro de necesidad de autorregulación, cumpliendo entonces una necesidad humana esencial."
Hablando de ciencia… es conocida la existencia de numerosos estudios de investigación confirmando la existencia de un vínculo entre las experiencias traumáticas en la infancia (no solamente) y los problemas por consumos en la edad adulta. Uno de los estudios de referencia en este campo es el de Felitti y colaboradores (1998). En este trabajo los autores incluyeron experiencias dentro de los primeros 18 años como el abuso sexual, emocional, pérdida de un miembro parental, negligencia, violencia en la pareja, etc… y las clasificaron en Experiencias Adversas en la Infancia (EAI). Lo que constatan es que cuantas más EAI había experimentado la persona en su infancia más riesgo de consumo de sustancias en edad adulta.
Pasados ya más de 20 años, la investigación sigue corroborando y añadiendo reflexión a estos datos, si no véase:
En 2002 Dube y sus colaboradores estudian en concreto el abuso de alcohol y su relación con experiencias adversas en la infancia, concluyendo que adultos con tres o más experiencias adversas en su niñez tienen tres veces más probabilidades de experimentar una mala relación con el alcohol.
Poole y colaboradores, en 2017, van más lejos y afirman que más de tres experiencias incrementa tres veces más el riesgo de tener problemas también con el juego.
En 2010, en un trabajo absolutamente remarcable, Santos Goñi nos viene hablar de los “Antecedentes traumáticos en mujeres drogodependientes: abuso sexual, físico y psicológico” y terminan concluyendo que hay una relación irrefutable entre la adicción y el pasado traumático en la muestra trabajada.
En 2019 Zarse y su equipo recopilan 20 años de investigación en un artículo de donde proliferan numerosas e interesantes ideas sobre lo que dice la investigación sobre esta relación poco sospechosa. Terminan recalcando la importancia de tener esta asociación en cuenta a la hora de diseñar intervenciones.
Laura Nuño y su equipo, en un trabajo publicado en 2020 terminan rematando en su estudio que un 69% de las personas con problemas de consumo han sido expuestas a experiencias traumáticas a lo largo de la vida.
A buena justicia (y ya lo hemos mencionado en un artículo anterior) la conocida reflexión del Dr. Matè: "la pregunta no es ¿por qué la adicción? sino ¿por qué el dolor?". La adicción no surge si no hay una angustia original que subsanar. Esta novedosa forma de entender el fenómeno, no solamente nos da un nuevo ángulo de visión, sino que nos lleva a recalcular itinerarios, tanto en el diseño de tratamientos, como en la búsqueda de estrategias y técnicas en el sentido de proporcionar un alivio a la persona.
La adicción no resulta de un defecto estructural o funcional congénito del cerebro, sino de la exposición a los consumos como la imperiosa necesidad de gestionar un malestar, para la persona, insuperable. En entender esta génesis se encuentra el camino hacia la recuperación.
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